La palabra Kour ann se deriva de karaa, leer, y significa lectura, o lo
que debe ser leído. Bajo este nombre los musulmanes designan no solo
todo el libro, sino cada capítulo o sección del Corán. Los judíos llaman
también todas las Santas Escrituras y cada una de sus partes con el
nombre de karak o Mikrah, palabra cuya raíz y significación es una
misma.
Se da algunas veces al Corán el título de Forkan, de
Faraka, dividir,
como los judíos emplean Perek, que tiene la misma raíz, para indicar una
Sección o parte de la Biblia. A veces es nombrado también por antonomasia
al-Molsehaf, el tomo; al-Khitab, el libro por
excelencia, al-Dhikr, la admonición. Algunos pretenden que la
palabra Forkan significa distinción, como para expresar que el Corán
distingue lo verdadero de lo falso, lo lícito de lo que no lo es .
Los escritores mahometanos alaban mucho el estilo del Corán. Hay gusto,
en efecto, en los pasajes en que imita las maneras y frases poéticas, empleando
alternativamente uno por otro los tiempos del pretérito perfecto y del
futuro; y pasando de la tercera persona a la primera o a la segunda,
además de la primera a la tercera, como los profetas hebreos. Es
conciso, adornado de figuras a la oriental, embellecido muchas veces
por floridas y sentenciosas expresiones. Se eleva hasta lo sublime, y es
magnífico describiendo la majestad y los atributos de Dios.
Creen los mahometanos y aseguran los árabes, que el idioma del Corán, y
por consecuencia, el dialecto usado en la Meca en tiempo de Mahoma, es
todo lo que hay más puro y perfecto. Este dialecto se diferencia no
obstante hasta tal punto del moderno, que la lengua del Corán se enseña
en el día en los colegios de la Meca, como el latín en Roma.
Aunque el libro está en prosa, las sentencias acaban generalmente por
una rima; a veces es interrumpido el sentido por ella, y a veces también
se encuentran repeticiones que no son necesarias. Pero los árabes, que
tienen tanto gusto en estas consonancias, hacen uso de ellas en sus más
acabadas composiciones, que además embellecen con frecuentes pasajes del
Corán y con alusiones a su contenido.
La admiración que este libro les inspirase deriva principalmente de la
belleza del estilo, y del cuidado con que Mahoma trató de embellecer su
prosa con el encanto de la poesía, dándole un sentido armonioso, y
haciendo rimas los versículos y periodos. A veces, dejando el lenguaje
común, describe en armoniosos y sublimes versos al eterno Dios sentado
sobre el trono de los mundos, dando leyes al universo; haciendo mover a
una señal suya a los planetas y anonadando las ciudades populosas, o
creando un jardín en medio de los desiertos, Son armoniosas y elevadas sus
expresiones cuando describe los eternos placeres del Paraíso; terribles y enérgicas cuando habla de las llamas
devoradoras. Instruido como era en la lengua más rica, más elegante,
más sonora, más armoniosa entre todas las que se conocen; de una lengua
que por la composición de sus verbos, puede seguir el vuelo del
pensamiento y describirle con precisión, que por la armonía de sus sonidos
imita el alarido de los animales, el murmullo de la fugitiva ola, el zumbido de los vientos, el estampido del trueno, de una
lengua en la cual se habían ilustrado tantos poetas. Aplicóse Mahoma a
dar a su doctrina lodo el prestigio de la elocución, a su moral la
majestad que le con venia, y a las fábulas de su tiempo un giro original
que pudiese a la vez hacerlas agradables e interesantes.
Alí tenia la costumbre de decir: «El Corán contiene la historia de lo
pasado, las predicciones del porvenir y las leyes de lo presente». Mahoma
decía a sus discípulos: «Leed el Corán y llorad. Sí no lloráis ahora, os
veréis forzados a llorar más un día.»
Tiene por único dogma el Corán la unidad de Dios, de quien
Mahoma es el
profeta; por principios fundamentales, la oración, la limosna, el ayuno,
la peregrinación. La moral que se encuentra en él, se funda en la ley
natural, y en lo que conviene a los habitantes de los países cálidos.
Mahoma ha compuesto su libro introduciendo en él muchos artículos tomados de la Biblia,
muchas, ficciones o fábulas sacadas del Talmud, y mezcladas a otras que le proporcionó su ardiente
imaginación. Poco método y riqueza real
se encuentran en él.
En el calor del entusiasmo o de la vanidad, hizo Mahoma consistir la
verdad de su misión en el mérito de su libro. Desafía audazmente a los hombres y a los ángeles a
alcanzar a las bellezas contenidas en una sola de sus páginas, y tiene
la presunción de asegurar que solo Dios puede dictar es la incomparable
obra maestra.
Semejante argumento tiene fuerza cuando se dirige a un árabe devoto,
dispuesto a la fe, cuyo oído se encanta con la bella armonía de los
sonidos, y que es incapaz de comparar esta pretendida obra maestra con
las demás producciones del espíritu humano.
No debe admirar que los musulmanes llamen al Corán la Escritura
excelente, o el Libro glorioso, o simplemente el Libro como los
cristianos griegos designan el Evangelio; por consiguiente el Corán, es
tan respetado entre ellos, que no se aventurarían a leerle sin haber
cumplido a lo menos la ablución prescrita antes de la oración, y si un
infiel le tocaba no evitaría la muerte sino abrazando el islamismo; el
califa Omar ordenó que en tiempo de las dos fiestas al-Aid-fitr y
al-Aid-adha
cada deami que contiene seis mil doscientos cuarenta y tres versículos o
períodos, fuera leído a pesar de su extensión desde el principio hasta
el fin. Relando y Marracci nos han enseñado a propósito de esto, que
los mahometanos a imitación de los masoretas judíos, han numerado no
solo los capítulos y los versículos, sino hasta las palabras y las
letras del Corán; y esto a fin de impedir toda especie de corrupción, de
trastorno o de alteración de texto; los doctores musulmanes hacen
observar que por un privilegio milagroso siempre ha conservado el Corán
un texto uniforme en sus diferentes ediciones.
Fue publicado enteramente por Mahoma en el espacio de diez y siete o
diez y ocho años, tanto en la Meca como en Medina, a medida que le era
revelado, es decir, según el legislador tenia necesidad de hacer hablar
a Dios. Cada revelación se refería a las necesidades del
momento, a las exigencias de las pasiones y de la política. Auque se
hallan allí a menudo contradicciones, toda discusión es evitada por
esta máxima preliminar, que el texto da las Escrituras está abreviado
o modificado por las explicaciones subsecuentes.
Estas pretendidas revelaciones estaban escritas por los
khodai o secretarios, en hojas de palmera o en pergamino, tan pronto como salían
de la boca del Profeta. Sus discípulos las aprendían después; luego
todos los pedazos de pergamino o de hojas, se encerraban mezclados en
un cofre. Fue puesto el Corán en el estado en que se encuentra en día
por el calila Abou-Bekr, que no tuvo en consideración al tiempo en que
fueron dictados tanto los capítulos como los versículos. El que debía
ser el primero, se encuentra en el número XCVI, y el último publicado
es el IX.
Las divisiones del Corán se llama por los árabes,
sowar, en singular
soura (en esta edición emplearemos la palabra sura, más
habitual en las tracciones contemporáneas, Torre de Babel Ediciones), que significa escritura o serie, continuación regular. De esta misma manera
llaman los judíos tora o touro cada una de las cincuenta y
tres secciones del Pentateuco. Cada sura o capítulo, se conoce por
nombres o títulos particulares, que comúnmente no tiene relación sino
con un versículo o dos, mientras que lo restante del capítulo trata de
cosas extrañas al mismo título. Los capítulos del Corán son ciento
catorce de desigual longitud, algunos no tienen más que tres o cuatro
versículos, otros tienen mas de doscientos.
Cada capitulo, a excepción del IX, está precedida de una fórmula
solemne, llamada por los mahometanos Bísmillah, porque da principio
por las palabras B´issim il´lah -ir rahhmann -ir rackin, es decir,
en nombre de Dios piadoso y misericordioso. Esta fórmula figura constantemente en cabeza de
todos sus libros y de todos sus
escritos como sello de su religión. Constituyen un deber de pronunciarla
al principio de todas sus acciones; antes de la oración, antes de
ponerse a la mesa, abandonando el lecho, antes de emprender un trabajo,
saliendo del alojamiento, hasta cuando dan muerte a un animal. Parece,
dice Abou'l Feda, que Mahoma haya sacado esta fórmula de aquella con que
los antiguos persas hacían preceder sus libros, y que se encuentra sobre
todo en los de la mas remota antigüedad. Bénam yezdam jakkaisgherdadar,
lo cual significa: en nombre de Dios, justísimo y misericordiosísimo.
El primer capítulo, titulado al-Fatéhah, introducción, está en gran
veneración: se le dan títulos honoríficos como capítulo de oración, de
la alabanza, de las gracias, del tesoro. Es considerado como la quinta
esencia de todo el libro, y los musulmanes lo repiten tan comúnmente
como los cristianos dicen la oración dominical, en sus devociones
públicas y privadas. Es repetida en el Salath al-djouma, es decir, en la
oración pública del viernes, a cada rikat o inclinación de cabeza. El
doctor Abou'l Saddat ha escrito una obra titulada Dawat al-fatehah,
en la
cual trata de la excelencia de la primera sura del Corán.
Este código de leyes y preceptos contiene como ya hemos dicho, ciento catorce capítulos y seis mil
doscientos cuarenta y
tres versículos, en los que se cuentan setenta y siete mil seiscientas
treinta y nueve palabras y trescientas veinte y tres mil quince letras.
Al principio de los capítulos se encuentran caracteres que los
comentadores explican de diferente manera. Los mas sabios de ellos
pretenden que son signos misteriosos, cuya inteligencia está reservada a
solo Dios. Algunos sostienen que su significación ha sido revelada al
Profeta, y le será también a los
justos cuando gocen la beatitud del paraíso. Geladeddin sale del paso
comúnmente diciendo: «Dios sabe lo que estas letras significan.» El
abate Laci asegura haber encontrado el significado, y deduce reglas
exegéticas no solo para el Corán, sino también para nuestros libros
santos.